En búsqueda de lo inefable en dialogo con la tecnológica.

La humanidad siempre ha buscado formas de trascender su existencia. Desde las pinturas rupestres hasta la inteligencia artificial, el deseo de dejar huella, de desafiar el olvido, ha sido una constante en nuestra historia. Sin embargo, en la era de la digitalización y la IA, la posibilidad de una inmortalidad tecnológica parece cada vez más tangible. ¿Estamos ante una nueva forma de perpetuidad o simplemente creando un eco de lo inefable?

Lo inefable y la necesidad de representación

Lo inefable, aquello que escapa a la expresión verbal y conceptual, ha sido un desafío para la humanidad. La mística, la filosofía y el arte han intentado capturarlo mediante símbolos, metáforas y experiencias sensoriales. En este sentido, la tecnología ha ampliado los límites de lo representable, permitiéndonos generar nuevas formas de comunicación y percepción.

La inteligencia artificial y el procesamiento de datos han creado modelos que simulan la creatividad humana. Algoritmos que producen imágenes, textos e incluso música basados en patrones y en la acumulación de información. Pero, ¿puede la tecnología acceder a lo inefable? ¿O solo lo traduce en términos que podemos comprender dentro de nuestras limitaciones cognitivo-lingüísticas?

Hacia la inmortalidad tecnológica

La idea de la inmortalidad ha estado presente en múltiples narrativas, desde las tradiciones religiosas hasta la ciencia ficción. La promesa de una conciencia descargable, de una existencia digitalizada, ha capturado la imaginación de tecnólogos y pensadores. Hoy, proyectos como la computación cuántica y la neurociencia avanzada buscan replicar la complejidad del pensamiento humano en redes artificiales, abriendo preguntas sobre la continuidad de la identidad más allá de lo biológico.

Sin embargo, esta inmortalidad digital plantea dilemas filosóficos y éticos. ¿Una mente almacenada en una máquina sigue siendo la misma persona? ¿O es solo un reflejo de patrones sin esencia? Al igual que las huellas en el tiempo –las pinturas de Lascaux, las escrituras sumerias, las fotografías del siglo XIX–, lo que hoy consideramos inmortalidad tecnológica podría ser solo otra forma de archivo, una memoria sin conciencia.

La psique profunda y el fluir de la mente

El desarrollo humano no solo depende de la acumulación de información, sino de la capacidad de fluir con la experiencia. La mente, en su estado más creativo y expandido, trasciende la lógica rígida para entrar en un campo de percepción en el que lo inefable se convierte en una vivencia directa. En este sentido, la inmortalidad no es solo una cuestión de preservación, sino de conexión con lo esencial de la existencia.

La integración entre psique profunda y tecnología podría ofrecer caminos no solo para extender la memoria, sino para comprender mejor nuestra naturaleza. En lugar de reducir la conciencia a un conjunto de datos replicables, podríamos explorar cómo la tecnología facilita estados de fluidez y autoconocimiento, abriendo nuevas formas de interacción con la realidad.

Conclusión

Nos encontramos en un punto donde la tecnología y la exploración del ser convergen de maneras inéditas. La búsqueda de lo inefable y el anhelo de trascendencia han guiado a la humanidad desde tiempos inmemoriales, y hoy, con la inteligencia artificial y la digitalización, esta búsqueda adopta nuevas dimensiones. Sin embargo, la verdadera inmortalidad quizá no radique en la preservación de datos, sino en la capacidad de fluir con la realidad, de abrazar lo desconocido sin perder la esencia de lo humano.


Créditos: Este artículo surge de un proceso de diálogo entre Diego Urquijo con inteligencia artificial, en el marco de una indagación sobre la identidad, la conciencia y la trascendencia en la era tecnológica.